Hay cierto sentir cuando te enfermas de algo doloroso que te
impide hacer tus actividades cotidianas, ya quieres que se acabe y en el fondo
sabes que así será. Llega al fin el día en que los síntomas desaparecen y tu
vida vuelve a la normalidad. Pero esto no siempre es así, existen enfermedades
autoinmunes y crónicas. Sabes que toda la vida vivirás con ellas, los doctores
te lo dicen, buscas en Internet opciones, pruebas de todo y al final sigues
donde mismo. Es de lo que les quiero hablar, de una enfermedad incurable que me
diagnosticaron a los 20 y que a pesar de lo mucho que intento que no afecte en
mi vida cotidiana, lo hace. Me refiero al a artritis reumatoide, esa enfermedad
que normalmente pensamos que solo les sucede a las personas de la 3era edad (yo
lo pensaba así, y a la mayoría de los que les cuento responden con ¿Qué eso no
solo les da a las personas ancianas?) pues no, nos puede suceder a cualquier
edad y es más común en las mujeres. Aunque claro, no es tan común que aparezca
a mi edad.
Cómo es vivir con artritis reumatoide a los 20 años.
Hace unos meses después de soportar dolores en distintas
partes del cuerpo por casi dos años, al igual que auto medicarme (gran error),
decidí acudir al médico y esta vez hacerme varios chequeos para asegurarme que
pasaba en mi cuerpo. Después de ser enviada de un especialista a otro y de
varios largos y costosos análisis me diagnosticaron con artritis reumatoide.
Yo vivo lejos de mis papás y acudí sola con el médico,
cuando me dijo esto y me hablo acerca de que es una enfermedad autoinmune e
incurable me sentí muy mal, ¿sufrir de dolores toda mi vida? ¿Estar bajo
tratamientos rigurosos desde los 20 años? Mencionando que el tipo de tratamientos que te
otorgan para controlar la artritis suelen tener muchos efectos secundarios en
tu cuerpo. Obviamente fue una noticia que si me sorprendió. De alguna manera yo
creía que esta enfermedad solo les ocurría a las personas de la 3era edad. Y
después vino la pregunta ¿Por qué a mí? A pesar de que no soy la persona que más
cuida su salud de forma correcta, esta enfermedad no tiene un porqué,
simplemente sucede. Y no te queda otra más que intentar seguir con tu vida de
una manera normal, lo cual es algo complicado. Se supone no debo tomar alcohol
ni fumar tabaco, esto haría que mi tratamiento no funcione de buena manera, ¿y
qué pasa si no funciona? El no poder moverme gracias al dolor y la rigidez en
mis articulaciones. Deje de fumar, y he disminuido mi consumo de alcohol,
aunque claro no es suficiente. No puedo hacer ejercicio que requiera mucha
fuerza por mi parte, yo siendo una persona a la cual le gusta mucho las
actividades fuera de casa y con movimiento, me ha impedido seguir alimentando
ese gusto. Me canso muchísimo, y la anemia (que ya he tenido desde antes) se
agrava. Todo esto acompañado de bajones emocionales, depresión. Todos los días
me levanto y lo primero que hago es tomarme alrededor de 3 pastillas, lo mismo
antes de irme a dormir. Hay una en especial que es la encargada de quitarme el
dolor e inflamación en las articulaciones, me aterra salir de casa y olvidarla,
o que se me acaben y no tener una farmacia cerca, ya que si olvido una dosis el
dolor automáticamente empieza. Vivir dependiendo de medicamentos es algo
cansado, al igual que no poder llevar una vida normal. Me esfuerzo diariamente
para que esta enfermedad no afecte mi vida cotidiana, intento hacer actividades
como los demás, intento ocultar mi dolor lo más que puedo, pero al final del
día me doy cuenta de que estoy enferma, y que a pesar de mi positivismo llega
un punto en el que me doy cuenta de que no soy tan fuerte como espero, y que el
dolor a veces me gana. Hay de todo, días en los que intento ser lo más
productiva e independiente posible, independiente esa palabra me hace sentir
muy bien, lástima que dependo de medicamentos. Les contare un poco de lo que
pasa cuando no me tomo mis medicinas. Me despierto por las noches por el dolor,
no importa que tan cansada este, el dolor no descansa. Al levantarme batallo
para vestirme, si, para levantar los brazos y abrocharme el pantalón. Inclusive
batallo para voltear la manija de la puerta. Luego viene el desayuno, no puedo
ni levantar el galón de leche, a mi sentir pesa toneladas y mientras intento
levantarlo mi mano esta siento cortada en dos. Pisar por completo con el pie
derecho es imposible, bajar las escaleras sintiendo gran pesar y ardor en las
rodillas, cada uno de los escalones me recuerda que estoy enferma. Luego
caminar, mientras la gente me ve porque no camino correctamente, pensando en pedir
taxi para recorrer una cuadra, enojarme conmigo misma por no poder hacer más
como quisiera, sentirme inútil y auto dependiente, los bajones emocionales tan
recurrentes día a día. Si, así es cuando no tomo un día mis medicamentos,
¿Ahora entienden el miedo que siento de saltarme alguna dosis? Es
verdaderamente algo prisionero. Y cabe
mencionar que aunque me tome los medicamentos los síntomas no desaparecen por
completo, el dolor sigue ahí, pero aprendes a vivir con él de forma moderada,
la fatiga, el cansancio y las emociones por los suelos no son algo que
desaparezca. Me mata el pensar que toda mi vida va a ser así, o que la
enfermedad vaya avanzar y llegue un momento en el que dependa completamente de
alguien más para vivir. Hay días en los que me quiero rendir, quiero irme a
casa con mi familia, quiero dejar todas mis metas porque pienso no poder
cumplirlas, quiero gritar que no soy tan fuerte como he creído, pero me doy
cuenta que todo esto me está haciendo en el fondo una mejor persona. Al poder
soportarlo me hago fuerte, me hago más independiente, tratando de sentirme más
segura de mi misma, confiando en que yo puedo. Porque cada vez que me levanto
de la cama durante las mañanas y empiezo mis actividades cotidianas, llevando
una vida como cualquier otra persona me hace sentir que soy alguien que puede
con todo esto, que sigue luchando y que al final del día se siente satisfecha
por ser productiva, que se cansa pero agarra fuerzas por si sola. Veamos todas
esas cosas que nos suceden como pruebas para nosotros mismos, para demostrarnos
a nosotros mismos que podemos. Yo muchas veces me he sentido una persona sin
motivos, pero me he dado cuenta que tengo muchos y que no hay excusas, nunca habrá
una excusa tan grande como para decirte a ti mismo que no puedes. A simple
vista vivir con artritis a los 20 años suena una pesadilla, pero la verdadera
pesadilla es no intentarlo y dejarte vencer.